En su estrategia de construcción nacional, filtrada ya en 1990, los nacionalistas se declaraban europeístas. Pensaban que una “Europa sin fronteras” reconocería a las naciones pequeñas y agraviadas como Cataluña dentro de un nuevo marco que jamás llegó a consumarse. Hoy sabemos con claridad que su intención no fue nunca engrandecer a la Unión sino valerse sistemáticamente de ella para hacer avanzar sus intereses.
Como resume un informe presentado en el Parlamento Europeo esta semana por Sociedad Civil Catalana acerca de los déficits democráticos en Cataluña, los intereses nacionalistas socavan la libertad ideológica de todos, al pretender convertir el nacionalismo en una creencia social obligatoria, cuestionan el derecho a tener una educación para la convivencia, incluyendo un aborrecible adoctrinamiento infantil, y destruyen la seguridad jurídica que protege a los ciudadanos dentro del ordenamiento común español y europeo.
La naturaleza parasitaria del nacionalismo empieza a ser universalmente conocida gracias a un esfuerzo conjunto por hacer frente a la propaganda, la desinformación y las falsedades tribales que los separatistas han venido cultivando las últimas décadas. El descaro de las mentiras nacionalistas nos ha obligado a ser más proactivos defendiendo valores de concordia que dábamos por sobrentendidos, pero que deben seguir ligando Cataluña con España y Europa. Cada vez más compartimos la visión expresada también esta semana por la catedrática de Derecho Constitucional Teresa Freixes y el filósofo Fernando Savater en Bruselas: “Si triunfa algo como el secesionismo catalán, es el fin del proyecto europeo”. Allí nos manifestamos públicamente para mostrar que Europa no debe ser tierra de acogida para nacionalismos.
El retroceso democrático y del respeto al estado de derecho que rechazamos como europeos en Polonia o Hungría no podemos aceptarlo sin más en Cataluña. Lo que daña a unos, daña a todos, pero juntos en nuestra diversidad seguiremos siendo más fuertes.
Publicado en ABC el 9 de diciembre de 2017