Banca Catalana // Javier Nart

 

Banca Catalana

por Javier Nart

 

Pujol celebra el triunfo electoral (30/05/1984). / © EFE

Jordi Pujol, el ex Muy Honorable, apuntó en su libro Construir Cataluña que el país no podría alcanzar su deseada plenitud por encontrarse sometido a un sistema no solo extractivo sino ineficaz del aborrecible Estado español. Así, su Cataluña debía superar el lastre celtibérico mediante la creación de medios propios y eficaces… pero sobre todo propios. Así, “la inexistencia de una banca catalana» sería no sólo la causa del retraso económico sino también la del malestar catalán ( lo que ahora es el procés). Y puso manos a la obra. A su obra. Una obra donde la unión mística de su persona y Cataluña devendría, y devino, realidad. Patológica realidad.

Así, una muy local y familiar Banca Dorca, de Olot, fundada el 20 de julio de 1904, tras ser adquirida por su padre, Don Florencio Pujol (ilustre especulador de divisas en la época más negra del franquismo) y su amigo Marcos Tenenbaum (a través de sus esposas, ya que ambos habían sido sancionados por evasión de capitales) debería convertirse en el motor impulsor de una Cataluña moderna… y pujolista.

Y el proyecto de “una banca catalana” se materializó en Banca Catalana bajo su dirección, como miembro de la Comisión Ejecutiva el 25 de febrero de 1965.

Un banco lanzado a una expansión vertiginosa, digamos aventurada, para ventura personal de Jordi Pujol, con dos referentes: Cataluña y él, que en su pensamiento eran uno y lo mismo.

Que la gestión de Banca Catalana fuera un disparate. Que los créditos se otorgaran con criterios ajenos a la más mínima profesionalidad, es algo conocido y reconocido. Porque para Pujol, el norte de la Banca Catalana debía obedecer a un interés superior al de los accionistas. Dicho de otro modo, debía obedecer a su particularísimo criterio de lo que es estar al servicio de Cataluña (o sea, de sí mismo).

Proyecto respetable si en ese empeño el Sr. Pujol hubiera empleado y empeñado su fortuna, no la de decenas de miles de accionistas que tenían el más prosaico y despreciable propósito de que su inversión, sus ahorros, fueran rentables.

Y ocurrió lo que inevitablemente debía recurrir. El andamiaje podrido se vino abajo y Banca Catalana se derrumbó. Las finanzas son más tozudas que los mitos y la burbuja patriótico-financiera estalló el 11 de junio de 1982.

Y con los cuentos de las cuentas pujolistas se derrumbaron también los ahorros de más de veinte mil pequeños accionistas.

En el proceso de investigación del cómo y el porqué del desastre aparecieron turbias maniobras, como la cesión a Fundación Catalana de más de 20.000 acciones que serían vendidas a una muy insolvente sociedad a la que ¡la propia Banca Catalana! había otorgado un oportunísimo crédito.

Y la justicia intervino: dos fiscales ejemplares, de larga trayectoria democrática bajo el franquismo, se encargaron de investigar qué había ocurrido con las inversiones-desinversiones del ya entonces presidente de la Generalidad, el aún Muy Honorable Jordi Pujol… y si las pérdidas de los pequeños accionistas habían sido, como sería lógico, las suyas propias. Ante tal osadía, la reacción del ahora Muy Ex Honorable fue jupiterina.

¿Cómo se atrevían a procesarlo? ¿A él, que era algo más que su propia persona, que era Cataluña?

Sabiamente manipulados los sentimientos nacionalistas, la patria devino el muro insalvable. La excusa. La obscena excusa.

Ya no se trataba del proceso a Pujol, era el proceso a Cataluña.

En una campaña vergonzosa, el pueblo fue movilizado, y se presionó a la Justicia de tal modo que los fiscales fueron abandonados a su suerte con una muy complaciente Audiencia de Barcelona y un Gobierno socialista acobardado.

Ante el Palacio de la Generalitat, con la plaza de San Jaime abarrotada, convertida en una reedición de la Plaza de Oriente, Pujol/Franco clamó tras haberse cerrado (en falso) la causa penal: «En adelante, de ética y moral, hablaremos nosotros». Le aplaudieron hasta los muy arruinados accionistas.

Después aparecerían sus millones ocultos en Andorra. El escándalo de las comisiones a Convergencia (su partido-patria) a cambio de obras públicas. El caso Palau. Y, por fin, el embargo de todos los bienes del partido, sumido en una agonía que enlaza el pujolismo y su continuador, Mas, con Puigdemont y Torra.

Otros casos… ¿O acaso la continuación del mismo?

La bandera ocultando la cartera.

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Javier Nart (Laredo, 1947), abogado, es diputado por Ciudadanos en el Parlamento Europeo. Antiguo dirigente del Partido Socialista Popular, que se integraría en el PSOE en 1977, Nart militó en este partido hasta principios de los noventa. Tras más de dos décadas sin participar activamente en política, en las elecciones autonómicas de 2012 cerró las listas de Ciudadanos por la circunscripción de Barcelona, y en 2014 fue elegido en primarias para encabezar la candidatura de dicha formación a las elecciones europeas de ese año. En virtud de su condición de cónsul honorario en España de la República del Chad, desempeñó un papel decisivo en la puesta en libertad de los tripulantes españoles detenidos en ese país en 2007 por el caso de la ONG francesa El Arca de Zoé. Es autor de los ensayos Guerrilleros (con Rafael Abella), Viaje al Mekong (con Gorka Nart), Viaje al otro Brasil Nunca la nada fue tanto.

Este artículo se halla incluido en la obra coral Constitucionalismo en el horizonte europeo.