por Arcadi Espada
El hombre que salta feliz, envuelto en un gabán improbable, es Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona desde 1982. Acaba de llegar de Lausanne, donde esta mañana el presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, ha abierto el sobre con los resultados de la votación y ha dicho con una cadencia que se hará inolvidable: «… à la ville de… (un pti’t moment)… à la ville de… ¡Barsalona!» Sí, Barcelona será ciudad olímpica en 1992 y esta noche es la primera celebración del éxito.
El hombre que aplaude a su derecha, sin que el gesto alcance apenas a disimular su desabrimiento, es Jordi Pujol. Desde 1980 es presidente de la Generalidad de Cataluña. Cuando el anterior alcalde, Narcís Serra, dio a conocer que Barcelona aspiraba a los Juegos, de inmediato vio en ellos una doble amenaza. Cree que pueden contribuir a desnacionalizar Cataluña ante los ojos del mundo y teme que su posible éxito convierta a Maragall en un rival político temible.
Se dice que las fotos congelan el tiempo. Cuando entonces, hubo muchos que intuyeron que aquella medianoche iba a cambiar radicalmente la hegemonía política en Cataluña. Siguieron creyéndolo en los 6 años que mediaron entre la nominación y la organización olímpicas, cuando el nacionalismo desarrolló el desabrimiento anunciado y mostró su permanente deslealtad con el proyecto. Y anticiparon, incluso, que ya la hegemonía había cambiado en las propias y alegres jornadas olímpicas cuando en un Camp Nou repleto de banderas rojigualdas proclamaron: «Los Juegos refundarán España».
El tiempo congela. Mejor así. Aquella noche creyeron que el que estaba tocando el cielo era el líder de la otra Cataluña. Y que saltaba justamente para serlo, o sea, para desplazar la euforia olímpica hacia la política. Estaban convencidos de que por su impulso Cataluña volvería a ser la fábrica de España y no la fábrica de xenofobia en que los más pesimistas advertían que se estaba convirtiendo. Maragall era una trama de afectos en sí mismo, en eso pensaban.
Y no. No fue la otra cara de Cataluña sino la otra cara de la misma moneda.
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Arcadi Espada es periodista y escribe en El Mundo. En 2004, promovió una serie de encuentros con intelectuales no nacionalistas para estudiar la posibilidad de fundar un partido de dicho corte, lo que finalmente se tradujo en la creación de C’s. Actualmente escribe en El Mundo. Su obra más reciente, Un buen tío (Ariel, 2018), desgrana la operación mediática que enterró la carrera política del político valenciano Francisco Camps.
Este artículo se halla incluido en la obra coral Constitucionalismo en el horizonte europeo