Que el film de Netflix Dos Cataluñas reciba un premio en el certamen de la ‘Fundación Cinema for Peace’ es bochornoso, en primer lugar, para el género documental. No en vano, se trata de un producto anodino, una burda confrontación de opiniones en la mejor tradición equidistante, esa que dicta que la objetividad es un valor promedio. Así, episodios como el de los días 6 y 7 de septiembre, en que los diputados separatistas en el Parlament, desoyendo cualquier fundamento jurídico, pisotearon los derechos de la oposición y convirtieron a más de la mitad de la población en ciudadanos de segunda, se resuelven sugiriendo que la verdad tal vez se halle en algún punto entre los golpistas y los demócratas. La elección de los participantes tampoco ayuda. Y es que de individuos como John Carlin, Gemma Nierga o Iñaki Gabilondo ya no cabe esperar nada que merezca el calificativo de riguroso. Recordemos que Gabilondo dice estar convencido de que Puigdemont es “buena persona”, y que Carlin, que había sido despedido de El País a raíz de un artículo en el que identificaba a España con un maltratador, culpa del independentismo a… ¡Mourinho! (En una columna anterior, aventuraba la hipótesis de que la ausencia en el mundo hispano de tradición democrática se debía a no hay una palabra en español que sirva para designar el compromise anglosajón).
Ahora bien, si desde una perspectiva puramente estética e incluso moral, ese premio es del todo inmerecido, que sea Puigdemont quien haya hecho entrega de él es una afrenta. Máxime si tenemos en cuenta que los productores y el director, que se olían la tostada, dejaron claro un día antes que no querían participar de ninguna farsa. No sirvió de nada. Una vez más, el separatismo se sirve de la condescendencia del mundo de la cultura, donde sigue enquistada la idea de que España es una democracia de baja calidad, con tics autoritarios, para internacionalizar el procés. Todo ello, como ya es habitual, con la pasividad de las autoridades españolas, que jamás están al quite.
Y eso que en esta ocasión la performance era del todo previsible, pues Puigdemont rondaba por la moqueta desde el día anterior. En cualquier caso, no está de más reiterar que el galardón no lo otorgó la ‘Berlinale’, como de forma mendaz han divulgado algunos políticos nacionalistas y ha publicado la gran mayoría de la prensa española. No, el galardón, insisto, es de un festival, el ‘Cinema for Peace’, que se celebra en Berlín a rebufo de la ‘Berlinale’, aprovechando la capacidad de convocatoria y el revuelo mediático de este último. Otra fake new que, ayer mismo, sirvió a los voceros de Puigdemont para proclamar que lo que se está dirimiendo en el Tribunal Supremo rebasa el ámbito nacional para devenir en un conflicto entre España y Europa.
Mientras escribía estas líneas, se supo que los directores han devuelto el premio. El gesto les honra, pero les habría honrado todavía más si no hubiera trascendido que están a punto de empezar la campaña de promoción de otra película. Con todo, e irónicamente, la aparición de Puigdemont a lo Jimmy Jump –con el beneplácito de Netflix, no lo olvidemos– ha supuesto un colofón oportunísimo para ‘Dos Cataluñas‘. Al menos ha quedado algo más claro quien es el villano.