Adolf Tobeña, catedrático de psiquiatría de la UAB, es uno de los ensayistas más provocadores de nuestro país. Su conocimiento de las entretelas del cerebro humano, y más precisamente sus observaciones respecto al “cerebro social”, le otorgan una posición privilegiada para abordar desde un punto de vista rompedor e informado (o rompedor por informado) algo que hasta ahora ha sido objeto de elucubraciones más o menos eruditas pero que carecían de base empírica. Así, se ha asomado al erotismo, a la agresividad humana, al terrorismo o, desafiando decididamente lo políticamente correcto, al secesionismo catalán.
No podía pasar mucho tiempo para que le viéramos intervenir en una de las áreas que concentran más polémica en los últimos tiempos: la relación entre nuestros cableados básicos y neurohormonales y las preferencias políticas. De ello trata Neuropolítica. Toxicidad e insolvencia de las grandes ideas, donde se aproxima a una serie de investigaciones que podrían dejar obsoleto lo que ha supuesto durante siglos hacer política.
Como es sabido, desde hace un par o tres de centurias, el campo político ha estado dividido entre la derecha y la izquierda. El hecho de pertenecer a una de estas dos posiciones parte de un supuesto hasta ahora indiscutido: que se trata de una libre elección, a la que se llega, según la posición de cada cual, por los manidos tópicos de los inconfesables intereses económicos o de clase, un talante bondadoso y humanista, adscripciones religiosas o el gusto por la holganza a cuenta del Estado.
Pero hete aquí que la “genopolítica” (JH Fowler, JT Jost, etc.) está yendo más allá del lugar común y escarbando en todo aquello que a las personas nos viene de serie. Y nos dice que los genes explican un porcentaje en absoluto trivial de nuestra orientación política, y que factores involuntarios influyen en la ideología. Así tenemos que los individuos más responsables y pulcros, más laboriosos y fiables, tienden a decantarse por posturas de derechas, mientras que los más predispuestos al cambio, a la experimentación y a la curiosidad intelectual, se inclinan más bien a la izquierda. Se han detectado, asimismo, vinculaciones entre las orientaciones políticas de derechas y de izquierdas y las reacciones de asco y repugnancia. Cuanto más sensible se es a la repugnancia, por ejemplo (limpieza corporal o higiene), más alto se puntúa en conservadurismo e incluso mayor es la posibilidad de oponerse al matrimonio gay o al sexo prematrimonial.
En conjunto, estas conclusiones fortalecen la idea de que hay procesos neurales selectivos que emergen ante los desafíos con una gran carga emotiva o afectiva y que sirven, al parecer, de sustrato neural para un amplio abanico de creencias ideológicas.
Ya no estaríamos ante una mera elección, y menos ante una elección maliciosa. Buscando un símil gráfico, sucedería lo que hasta ahora con la homosexualidad: al ser considerada un vicio, también era susceptible de castigo y enmienda. Hasta que el progreso de la ciencia y la razón le ha quitado el estigma. En los últimos tiempos, aunque aún no en todos los países, se acepta que algunos hombres “nacen” con determinadas inclinaciones. Y no puede haber vicio ni maldad en lo que nos impone la naturaleza.
De resultas de ello, y aquí está la gracia, anatematizar al contrario (sobre todo, no nos engañemos, al facha de derechas) dejaría de tener sentido. Tendríamos que descontar el efecto de su temperamento y fisiología de base. Se acabó la política sectaria y estigmatizadora: cada uno es como es y si hay de todo es porque hace falta. A este respecto, el psicólogo clínico Jordan Peterson suele recordar que los progresistas crean las empresas, pero los conservadores las mantienen. Como dice Tobeña, “la naturaleza va fabricando gente con tendencias y actitudes conservadoras y gente con propensiones progresistas, de manera espontánea”. Y ello con independencia del contexto histórico o de las influencias culturales.
No es este tema el único que trata Neuropolítica, que también se ocupa de la igualdad, la fraternidad, los cerebros masculino y femenino… El libro es una mina para comprender el cerebro político. Estamos ante un marco conceptual que encontrará muchas resistencias. La más importante, sin duda, la imposibilidad de seguir haciendo política invocando la superioridad moral de los unos sobre los otros por motivos apriorísticos. A ver quién puede renunciar a esto.