Esta semana el pleno de Estrasburgo muestra su preocupación por el deterioro de las minorías étnicas y religiosas en China. El control político de las universidades, los medios y las asociaciones civiles es cada vez más estrecho, en especial gracias al uso extensivo que hace el partido comunista de las nuevas tecnologías de datos y vigilancia. Esto está afectando seriamente a las libertades fundamentales de expresión, conciencia y religión de millones de ciudadanos, y en particular de las minorías, incluyendo la humanista y la cristiana. Aunque suele describirse a China como un país “ateo”, debemos recordar que sigue prohibido el registro civil de asociaciones humanistas y seculares, y que sigue reprimiéndose la expresión pública de estos valores.
Por su parte, las iglesias cristianas sufren un control no menos férreo por parte del partido en el poder y de las autoridades locales, que prohíben el culto a los menores de 18 años, e imponen serias trabas sociales a los conversos del Islam o el budismo. Me alegra que la resolución presentada por mi grupo no haya regateado la referencia a la minoría cristiana, la más perseguida del mundo, si nos atenemos al número de países en que tiene lugar la persecución. Por desgracia, la defensa de los cristianos sigue estando bajo sospecha en el canon de lo políticamente correcto.
Durante esta legislatura, he tratado de corregir este vacío a través de enmiendas, preguntas o intervenciones en el pleno. Creyentes y no creyentes tenemos la obligación de velar por la seguridad física y moral de los cristianos y proteger un legado cultural (Notre Dame en el corazón) que está en riesgo de desaparecer en muchos países a causa de la intolerancia religiosa y de los prejuicios ideológicos. Espero que en la próxima legislatura esto pueda tomarse más en serio.