Introducción a Bjorn Lomborg en Euromind

Muchas gracias por venir a este nuevo acto de Euromind, la plataforma con la que he querido propiciar un acercamiento entre la esfera científica y la política.

El cambio climático es uno de los principales problemas del planeta.

Hay evidencias sólidas del papel del CO2 en el efecto invernadero. Voy a citar sólo dos: en 1859, John Tyndall demostró que la presencia de trazas de CO2 o de vapor de agua en la mezcla de gases de un tubo incrementaba considerablemente su temperatura. Más recientemente, datos obtenidos por satélites de la NASA han mostrado que la Tierra emite calor al exterior salvo en las longitudes de onda que absorbe el CO2.

El CO2, así como el vapor de agua y otras moléculas, absorbe radiación, lo que contribuye a que aumente la temperatura y a que se produzca el cambio climático. De aquí se sigue que cuanto más CO2 haya en la atmósfera, más aumenta la temperatura debido al efecto invernadero. El efecto invernadero tiene una función reguladora muy necesaria: sin las moléculas que lo propician, las noches serían heladas y los días abrasadores, como lo son en el planeta Mercurio. Con un exceso de CO2, el planeta podría convertirse en un infierno como Venus. La vida en la Tierra requiere, por tanto, de un equilibrio entre ambos extremos.

Poner en cuestión estos hechos es desdeñar la objetividad científica.

Si el problema del cambio climático se redujera al ámbito de las ciencias naturales, ya estaría resuelto. Se trata, sin embargo, de un asunto más complejo.  Buena parte del incremento en la atmósfera del CO2 se debe a la actividad económica. Como los combustibles fósiles son tan baratos, su consumo ha permitido que cada vez un mayor número de individuos puedan salir de la pobreza, lo que explica el aumento de la esperanza de vida en todo el mundo, y que cada vez se viva mejor.

El problema del cambio climático, por tanto, no es exclusivo de las ciencias naturales, sino que también concierne a la economía y, por supuesto, a la política. Y no tiene una solución única ni la que se propone es perfecta. Penalizar el uso de combustibles fósiles obra en detrimento de los individuos más vulnerables de la sociedad y también de los países en vías de desarrollo.

Por este motivo el debate político es imprescindible y necesario. Es un debate que ha estado totalmente ausente en el Parlamento Europeo. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que no haya habido ni una sola iniciativa política sobre energía nuclear, a pesar del papel que podría desempeñar para la solución de este problema?

Pese a lo mucho que nos jugamos, los debates versan más sobre emociones que sobre razones. Véase, sin ir más lejos, el catastrofismo ecológico, cuyos predicadores están llegando al punto de utilizar niños para movilizar a las multitudes. Si aceptamos que es un problema serio y en el que nos va el futuro, no entiendo que se pretenda que los niños sean los únicos que puedan expresarse legítimamente.

Otra forma menos sutil de impedir el debate es lanzar la acusación de “escéptico climático” o bien “negacionista” a cualquiera que cuestione las decisiones políticas. Ciertamente, hay individuos como el presidente de Estados Unidos, el Sr. Trump, que piensan que el cambio climático es un bulo creado por China para destruir la economía de su país. Durante estos días pasados he recibido mensajes de personas indignadas por haber invitado al Dr. Lomborg, al que califican de escéptico climático. Ya les avanzo que no lo es, por lo que todos aquellos que han venido para expresar su indignación, se han equivocado de sitio.

Como ya he dicho, poner en duda los hechos no tiene sentido. En estos años en los que he ejercido de diputada, he comprobado que en general el Parlamento Europeo tiene poco respeto por la opinión científica. A la mayoría de los políticos les ha dado absolutamente lo mismo que las agencias científicas europeas y del resto del mundo aseguren que los organismos modificados genéticamente son totalmente seguros, y tampoco hacen ningún caso de las garantías científicas que ofrecen determinados pesticidas si por razones ideológicas han decidido que hay que prohibirlos. Por ello no me congratulo de que de repente aparezcan tantos defensores de la ciencia y la razón. Para este tipo de políticos, la ciencia es un instrumento al que recurren cuando les resulta útil. Y en el tema del cambio climático, a muchos les viene bien calificar de negacionistas a cualquiera que quiera debatir sobre las distintas maneras de afrontar este problema. Para propiciar este tipo de debates impulsé Euromind, y con esa finalidad he invitado al Dr. Lomborg a hablar hoy aquí.

Y ahora cedo la palabra a mi amigo Alejo Vidal-Quadras, ex vicepresidente del Parlamento Europeo, físico de formación, y que va a ejercer de presentador y moderador del acto. Nadie mejor para un evento de estas características.

Teresa Giménez Barbat