Hace catorce años, un grupo de intelectuales impulsamos un manifiesto en que abogábamos por la creación de partido político que se enfrentara al nacionalismo. Como es sabido, la propuesta tuvo éxito, y de ella nació lo que, dos años después, sería Ciudadanos. En este período, la amenaza de ruptura avivada por el Tripartito, primero, y Convergència y ERC, después, se ha agudizado hasta poner en jaque la convivencia en toda Cataluña, muy particularmente en la Cataluña interior. Barcelona, no obstante, no ha estado al margen de la escalada soberanista. Bien al contrario, las fuerzas populistas que la gobiernan han utilizado el procés para canalizar su aversión al Estado de Derecho, sometiendo a la ciudad al diktat patriótico, por un lado, y a la agitación ultraizquierdista, por otro. Llegados al Ayuntamiento tras superar por la mínima a sus adversarios, Ada Colau y los suyos admitieron sin ambages que no esperaban gobernar a las primeras de cambio, y que tal vez les habría convenido pasar una legislatura en la oposición. Fue el modo más sutil que encontró para decir que su equipo carecía de proyecto y de experiencia. Luego supimos que tampoco tenían la más mínima aptitud. No es extraño, así, que justo antes de acceder al cargo, Colau dijera que sólo pensaba obedecer las leyes que le parecieran justas, en lo que fue el modelo de ley a la carta que haría valer durante su mandato. Entre los hitos protagonizados por la alcaldesa y sus regidores se cuentan el desprecio a la Corona, la exhibición de pancartas partidistas en la fachada del Consistorio, la criminalización del turismo, la modificación del nomenclátor por razones ideológicas (la propia Colau llegó a tildar de “facha” al Almirante Cervera), la difamación de la Guardia Urbana, el uso proselitista de las fiestas navideñas o la permanente confusión entre las instituciones y Barcelona en Comú. Entretanto, los alquileres siguen disparados, algunos barrios registran niveles de inseguridad propios de los ochenta (uno de cada cuatro barceloneses afirma haber sido víctima de un delito) y los manteros campan a su aire en el centro y el frente litoral.
Uno de los disgustos más grandes que me he llevado durante este período de mandato parlamentario europeo ha sido el ver que se perdía la oportunidad de que Barcelona contase con una entidad tan importante como la Agencia Europea del Medicamento. La capital catalana contaba con todo lo necesario: una infraestructura científica y tecnológica de muy alto nivel, centros punteros en desarrollo tecnológico y científico, una tradición de cultura abierta e ilustrada… Todo ello unido a una localización geográfica con características más que favorables. Esta pérdida no es imputable propiamente a la alcaldía, pero no cabe duda de que la postura política que representa no ha hecho más que reforzar la lamentable deriva política de Cataluña y la mala impresión para cualquier inversor.
Por tantas cosas, ahora, y ante la inminencia de las elecciones municipales, los mismos firmantes del manifiesto que supuso la primera piedra en la constitución de Ciudadanos, hemos creído oportuno divulgar otro manifiesto en apoyo de la candidatura de Manuel Valls, la única de cuantas se presentan que puede restaurar el crédito perdido durante los últimos años. Sólo Valls, un político de una pieza, perteneciente a la mejor tradición republicana de nuestro país vecino, puede impedir que Barcelona encadene ocho años de nacional-populismo, con la ruina que ello acarrearía. Nos jugamos la posibilidad de que la ciudad vuelva a ser la capital cultural y el polo de atracción empresarial que fue hasta no hace mucho, así como nuestro bienestar y el de las generaciones venideras. También, qué duda cabe, la vertebración de la gobernanza en torno a un proyecto conciliador, que priorice la vida en común por encima del resentimiento y la reyerta perpetua. Queremos que nos devuelvan la Barcelona real.
Ok Diario, 15 de mayo de 2019